Este artículo se publicó en la sección «Una ventana al tercer sector» en el diario La Verdad (19/12/24) con la firma de Abel Novoa, médico de familia y presidente de la Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública en la Región de Murcia (ver artículo original aquí). Al final del artículo, compartimos la foto de grupo de XV Encuentro Regional de Participación de EAPN-RM del que surge este artículo.
A responder esta pregunta dedicamos, el pasado 20 de noviembre, el XV Encuentro de Participación de EAPN. Con el título “Salud y pobreza” nos reunimos más de 100 personas, entre técnicas de asociaciones, usuarios y miembros de la Junta Directiva de ADSP-RM. Yo tuve el honor de hacer una introducción al tema tras la inauguración de la jornada por Rosa Cano, presidenta de EAPN de la Región de Murcia y María José de Maya García, directora general de Servicios Sociales.
Recordé cómo el médico alemán Rudolph Virchow, a pesar de ser uno de los padres de la patología celular, tuvo claro, cuando fue comisionado por el gobierno prusiano para que informara sobre una epidemia de tifus, que la herramienta esencial para luchar contra la enfermedad no vendría de sus investigaciones sino de aliviar la pobreza, el principal vector de la patología en la zona afectada. Pronunció, con gran pasmo de la clase política y médica de mediados del siglo XIX, la famosa sentencia: “La medicina es ciencia social, y la política no es otra cosa que medicina en gran escala”. Animó a sus estudiantes de medicina a ir a las barricadas contra las monarquías absolutistas en la Revolución de 1848 y, poco después, se dedicó a la política municipal y estatal defendiendo siempre reducir los gastos militares y aumentarlos en la mejora de las condiciones de vida de las personas.
Su enfoque social de la medicina, sin embargo, quedó eclipsado por los avances de la ciencia biomédica centrados en la comprensión de los procesos biológicos de las enfermedades y los descubrimientos de nuevos medicamentos y desarrollo de tecnologías que, especialmente después de la II Guerra Mundial, cambiarían drásticamente el curso de muchas patologías. En los años 80 varias investigaciones recuperan la idea de la medicina social. La primera, la de Thomas McKeown que demuestra que las sensibles mejoras en la expectativa de vida o la mortalidad infantil de la segunda mitad del siglo XX no tenían tanto que ver con los progresos de la atención médica como con la mejora de las condiciones de vida de las poblaciones. La segunda investigación, un grupo de epidemiólogos británicos que publicaron un informe donde demostraban que las personas pobres en Reino Unido tenían tasas de mortalidad mucho más elevadas que la de conciudadanos más privilegiados y reclamaban mejorar las condiciones de vida para reducir la brecha. Estas conclusiones no fueron bien acogidas por el nuevo gobierno de la Sra. Thacher, decidida como estaba a acabar con las políticas sociales.
Las narrativas para neutralizar estos datos científicos fueron variadas. Algunas racistas: la situación social y de salud de las clases empobrecidas demuestran que son inferiores intelectual y biológicamente y, por tanto, ninguna política social podrá cambiar esa realidad. Otras moralistas. Los pobres tienen vidas, con más frecuencia, desordenadas: fuman, beben, comen sin control y son promiscuos y, por tanto, se buscan la enfermedad debido a sus vicios. Investigaciones posteriores desmontarían estas explicaciones al demostrar como la pobreza causa peor salud independientemente de los estilos de vida y cómo los malos hábitos afectan desproporcionadamente a las clases más desfavorecidas, pero no por que sean más viciosas sino, precisamente, por haber nacido en ese contexto. La “lotería de la vida”, no las decisiones individuales, es la que determina que uno tenga la suerte de nacer en una u otra familia y, por ello, tener mayor o menor riesgo de ser fumador, bebedor, toxicómano o sedentario.
Hoy sabemos cómo afectan las condiciones sociales o psicológicas (el estrés crónico) a los procesos biológicos, con capacidad incluso para influir en los genes. También sabemos que la medicina no mejora la salud poblacional más de un 10% aunque se lleva el 90% de los presupuestos dedicados por los gobiernos a la salud. El resto depende de los genes (no más del 30%), algo no modificable, y, sobre todo, de las condiciones de vida incluyendo, además del nivel social, el educativo, la calidad de la vivienda o del empleo, las opciones de participación social y el nivel de integración comunitario, poder respirar un aire limpio o tener contacto con la naturaleza. La Región de Murcia gasta mucho (sin querer) en sanidad mientras sigue teniendo malos datos de salud, los peores servicios sociales del estado y pésimas tasas de pobreza y precariedad. Son las inercias inflacionistas del gasto desbocado farmacéutico, tecnológico y del ladrillo sanitario, la ineficiencia gestora y la corrupción, las que lastran cualquier opción de una inversión sensata en las áreas sanitarias con mayor capacidad de modular el peso de los determinantes sociales (como son la atención primaria y la salud pública) y en políticas de lucha contra la pobreza y la desigualdad. Virchow tenía razón. Sin cambiar las prioridades, la mala salud en la Región de Murcia tendrá como principal causa la mala política.