Ayer, tuvimos reunión del Grupo de Trabajo de Inclusión. El tema que abordamos fue la relación entre género y exclusión. Ni que decir tiene que una cuestión así ofrece muchas vías de entrada. Decidimos centrarnos en los recursos con los que se cuenta para atender los derechos de las mujeres en situación de pobreza y exclusión. Constatamos que, aunque la situación de la mujer en condiciones de pobreza y exclusión implica una serie de circunstancias propias derivadas de las desigualdades de género, no en vano se habla cada vez más de la feminización de la pobreza, apenas existen recursos especializados. Hay muchos para los casos de violencia de género pero pocos para las situaciones de vulnerabilidad originadas por otras causas.
De todas las aportaciones aparecidas en el debate, nos gustaría señalar tres.
Nuestro modelo autonómico de renta básica la vincula a la realización de un itinerario de inclusión formativo-laboral. Desde el grupo se planteó la idea, tan innovadora como factible y justa, de que los trabajos reproductivos y de cuidados puedan ser equiparados a la realización de itinerarios.. En otras palabras, si una mujer reúne las condiciones que establece el reglamento para percibir la renta básica y debe dedicarse a tareas de cuidados (hijas, dependientes a cargo…), estas tareas sustituirían la exigencia de realizar un itinerario, porque esa mujer ya está trabajando, posiblemente veinticuatro horas al día, siete días a la semana.
En el Tercer Sector, la I+D+i también existe. Son muchos los estudios que se llevan a cabo para conocer las situaciones de pobreza y exclusión. Los realizados a lo largo de los últimos años apuntan a una creciente feminización de la pobreza. Una de las consecuencias más duras de este fenómeno es el aumento de mujeres que viven en la calle. Consideramos que no hacen falta muchas explicaciones para ver que la situación de una mujer en la calle es de mucha más vulnerabilidad y peligro que la de un hombre. Lo malo siempre puede ser peor. Por eso, los albergues y demás recursos destinados a personas sin hogar deben adaptarse a las nuevas realidades. Estos recursos, sostenemos, son transitorios porque con lo que deberíamos poder acabar es con el sinhogarismo.
Para el Pueblo Gitano, el componente cultural es de suma importancia e influye decisivamente en su forma de vida. Esto no es, ni mucho menos, una actitud “exótica” de un grupo minoritario. Basta con pararse un segundo y ver como “nuestra” cultura nos lleva, en muchas ocasiones sin que nos demos cuenta y sin que seamos capaces de resistirnos, por los caminos del consumismo, la competitividad, el individualismo… Algunas mujeres gitanas que sufren violencia de género se encuentran en una situación cultural que debe reconocerse y atenderse. Por ejemplo, a la hora de la separación, no solo se encuentran con que deben vigilar su propia seguridad, se hacen también responsables de la seguridad de toda su familia. A algunas de ellas ni se les pasa por la cabeza denunciar. Deberían, por tanto, habilitarse mecanismos que permitieran activar las medidas de protección sin vincularlas directamente a la presentación o no de la denuncia.
Queda mucho por hacer.