Este es el texto aparecido en La Verdad el 8 de marzo de 2019
FEMINIZAR LA LUCHA CONTRA LA POBREZA
Fue una mujer, porque no necesitamos portavoces masculinos, la que puso el dedo en la llaga en 1976. Diane Pearce, que por entonces era profesora del Departamento de Sociología de la Universidad de Illinois, añadió el enfoque de género en los estudios de pobreza y puso de manifiesto algo que no era nuevo pero que hacía falta nombrar y evidenciar: la mayoría de las personas que experimentan pobreza son mujeres. En España son más de cinco millones.
La feminización de la pobreza puede abordarse desde dos puntos de vista.
El primero habla de cifras y realidades concretas porque la pobreza tiene una mayor incidencia en mujeres que en hombres y porque la pobreza de las mujeres es más severa. Según los últimos datos recogidos por el INE para su Encuesta de Condiciones de Vida, las mujeres registran tasas más elevadas en riesgo de pobreza, privación material severa, baja intensidad de empleo en el hogar, pobreza severa y todas las variables relativas al mercado de trabajo.
El segundo parte de la idea de que, hasta hace bien poco, el género no se consideró un factor a tener en cuenta a la hora de estudiar la pobreza, ocultando buena parte de los mecanismos estructurales que diferencian entre hombres y mujeres. Las posiciones sociales de unas y otros, sus trayectorias vitales, reproductivas y laborales condicionan enormemente la forma en la que les afecta la pobreza. La pobreza tiene causas, no es una cuestión de azar. La feminización de la pobreza también las tiene.
El movimiento feminista actual surgió con una primera reivindicación tan sencilla y elemental que puede llegar a sonrojar: “Mismo sueldo para el mismo trabajo”. Sin embargo, la brecha salarial sigue hablándonos del trato tan diferente que hombres y mujeres reciben en nuestro orden social. Según el INE, la remuneración bruta media de las mujeres asalariadas en 2015 fue un 23% inferior a la retribución bruta media de los hombres ese año. Esta sería solo una de las informaciones que el mundo laboral ofrece para evidenciar la discriminación de género. Hay otros que nos parecen también muy reveladores porque tienen que ver con otra realidad intolerable: tener trabajo y no poder salir de la pobreza. El 75% de los contratos a tiempo parcial están firmados por mujeres. El 25% de todo el empleo femenino es a media jornada, frente al 8% de los hombres.
Según datos del Foro Económico Mundial, de continuar con los avances al ritmo actual, la brecha salarial entre hombres y mujeres no se cerrará hasta dentro de 170 años. Es decir, hasta 2186. Y no llega a estar claro que las cosas mejoren. La tasa de riesgo de pobreza se redujo, entre 2016 y 2017, seis décimas para el conjunto de la población y, sin embargo, registra para las mujeres el valor más elevado de toda la serie histórica (“El estado de la pobreza 2008 – 2017” EAPN España). Incluso algunas cuestiones que deberían estar superadas completamente siguen ahí. Según el “Informe Género y Pobreza” de EAPN Europa: “El ámbito [de igualdad] con menos progreso e incluso con tendencias negativas es aquel de la gestión del tiempo, puesto que las mujeres siguen haciendo la mayoría de las tareas domésticas”.
Adquirir conciencia de esta realidad no acaba de cobrar sentido si no se empieza a actuar. Así, la Red de Lucha Contra la Pobreza y la Exclusión Social (EAPN), tanto a nivel europeo, estatal como regional (EAPN – Región de Murcia) ha acordado una serie de medidas que incluyen tener siempre presente la perspectiva de género a la hora de estudiar la pobreza y la exclusión, en la elaboración de informes y en los análisis de las políticas de nuestros gobiernos, en las acciones que llevemos a cabo en las que participen personas en situación de pobreza y en nuestras acciones de incidencia política. Así, el 24 de febrero de este mes, hicimos público un manifiesto con el apoyo de casi cien firmas de instituciones y personalidades de especial relevancia en el que instamos a los partidos políticos de la región a que tomen la iniciativa sentándose a negociar y acordando un pacto de lucha contra la pobreza y la exclusión.
Esta lucha contra la pobreza debe serlo también contra los motivos que provocan las desventajas, la discriminación y la violencia contra las mujeres porque hay una estrecha relación entre una y otras. No son dos luchas paralelas sino la misma: no será posible acabar con la pobreza sin acabar con todas las causas que están en su origen.