Cuentos anormalesfederico montalban lucia hernandez

Cuentos anormales es una colección de cuentos que forman parte de la campaña «La pobreza no es normal«.

Los relatos hablan a través de una ficción más real que irreal de la pobreza en época de la Covid-19. Se acompañan siempre de ilustraciones y de un una versión en audio.

Sociedad pirata (o La Fuente)

 

Una vez, hace muchos años, casi en otra vida, vio una película de piratas. Pasaban muchas cosas, encontraban tesoros, abordaban barcos, había loros que hablaban y marineros con parches y patas ortopédicas. Pero, por lo que fuera, lo que más recuerda son las cuerdas. El barco de los piratas estaba lleno de cuerdas gruesas, fuertes, que hacían que las velas estuvieran tensas y el barco avanzara. Ahora, en mitad de la ciudad desierta, siente que el nudo que tiene en el estómago está atado por alguna de esas cuerdas terribles. 

 

Rosa tortosa

Ilustraciones de Rosa Tortosa

Un día, en el colegio, le tocó salir delante de toda la clase y hablar de alguna película que hubiera visto. Mientras caminaba hacia la pizarra, las piernas le temblaban y un zumbido de mosca gigante le llenaba el cerebro. Se tomaba esas cosas muy a pecho. Tenía pensado hablar de una película que había visto en la tele, en blanco y negro, de una cosa muy seria de personas importantes pero tristes. Cuando fue a abrir la boca, el zumbido de mosca gigante se convirtió en aleteo de pterodáctilo y casi se desmaya. Entonces, se acordó de los piratas y la cruz que marca el tesoro en el mapa.

A los cinco minutos, cuando la clase le aplaudía y la profesora lo felicitaba, volvió en sí. Todo había salido bien. Cabos, le dijo la maestra, esas cuerdas que usaban los piratas se llaman cabos. Y siguió diciendo palabras que todavía resuenan en su cabeza rodeadas de misterio y vías de escape: amarras, jarcias, aparejos…

Cabo siempre le pareció una palabra complicada por todas las cosas que significa. ¿Cómo podría explicar que ahora tiene un cabo, más bien una maroma, atándole el estómago en un nudo que apenas le deja respirar? La gente pensaría que tiene un militar en mitad del cuerpo o ese accidente geográfico que no supo definir en un examen y le costó un suspenso.

En todo caso, procura caminar erguido. No hay nadie en la ciudad pero no quiere que se note que está muerto de miedo. Miedo a que un vecino llame a la policía para chivarse de que alguien camina por la calle cuando está prohibido caminar por la calle. Miedo de que aparezca efectivamente la policía y no les importe que haya tenido que salir a por agua ni que no pueda pagar la multa ni en un millón de años. Miedo de pillar el virus y ponerse enfermo y no poder ir a por agua. Miedo de pillar el virus y contagiárselo a sus hijos y a ella.

rosa tortosa

Si tuviera algo de claridad en la mente podría distraerse pensando que es un pirata. Un pirata al que han abandonado en una isla desierta por desobedecer las órdenes tiránicas del capitán Barba Verde que había perdido el norte cegado por la codicia. Eso, abandonar a los marineros caídos en desgracia en mitad de una isla desierta, si acaso con un trozo de pan y algo de agua, era lo que hacían los maroneros. Pero no puede pensar. No hay moscas gigantes que zumben ni dinosaurios voladores que aleteen. Solo hay un vacío gigante, un silencio que se extiende por todas partes, una soledad rota solo por el miedo a que todo esté ocupado por el virus.

No es un pirata. Es solo un hombre que camina impostando seguridad en busca de agua. Ese es el tesoro que ahora tiene que desenterrar. Por suerte, hace ese camino todos los días y no necesita equis alguna que le marque dónde cavar. De hecho, tampoco tiene que cavar. La fuente del Auditorio sigue funcionando. Basta con ir hasta el lugar, darle al botón y esperar a que se llenen las garrafas. Y, bueno, tal vez ahora haya virus por todas partes pero no se encontrará gente elegante comprando entradas que le mire con desprecio.

rosa tortosa

En mitad del vacío, algunas ideas intentan tomar forma pero se desvanecen, impotentes, en segundos. Él, sus hijos, ella, han sido abandonados en mitad de la ciudad desierta por una sociedad maronera. La crueldad de los piratas más crueles es el pan nuestro de cada día, piensa por un instante.

Con las garrafas llenas, emprende el camino de vuelta. El cabo del estómago parece que ha aflojado un poco. Sigue sin haber nadie a la vista y, si hubiera algún virus o millones de ellos, no podría verlos. En cuanto llegue a… casa, lo que sea, se lavará las manos. Solo entonces, ayudará a sus hijos a que también se laven. El peso del agua le impide caminar tan erguido como quisiera pero se esfuerza por llevar alta la cabeza. Y mientras camina, se dice que todo ha salido bien. Que todo saldrá bien y acabarán por huir de la isla desierta, que ya no sabe si es una metáfora o la vida misma.

rosa tortosa

Puedes escuchar el cuento leído por la periodista Lucía Hernández:

pobreza normal