Ilustración de Laia Domènech
Conocimos a Mari por primera vez el 8M de 2022 cuando desde EAPN Región de Murcia publicamos un primer cuento sobre ella. Mari vive en un barrio murciano, trabaja de camarera, tiene dos hijos (Jaime y Jorge) y un dinosaurio. El dinosaurio (que podría ser el mismo que sale en el cuento de Augusto Monterroso) representa la fuerza interior de Mari, la fuente de energía que le permite enfrentarse a todos los problemas cotidianos que provoca vivir en situación de pobreza. Mari representa a todas aquellas mujeres que pelean a diario contra la pobreza y queremos que sea el reconocimiento de la EAPN-RM a su valor y esfuerzo.
El detergente tiene que ser bueno, le dice siempre su madre, no merece la pena ahorrar en eso. Mari todavía no sabe si esa máxima de su madre se debe a que los detergentes malos acaban estropeando la ropa o a que también la gente humilde tiene derecho a ir vestida con prendas cuidadas y lustrosas. Quizás sea todo a la vez. Su madre también le enseñó a reservar el aceite de oliva para las ensaladas y las tostadas. Solo para eso, nada de cocinar con aceite de oliva a lo loco. Para eso estaba el de girasol. Pero, las cosas como son, durante un tiempo, Mari se había acostumbrado a cocinar siempre con aceite de oliva. Detergente del bueno. Aceite de oliva. Cosas que ahora le parecen lujos de zarina.
No comprende cómo no es noticia diaria la subida del aceite de oliva. Nos roban a diario de manera descarada y nadie hace nada. O casi nadie. Tamara, su amiga del alma, ha añadido a su lucha sin cuartel contra toda clase de machismos (menuda le lio el otro día a un tontucio que iba sentado en el tranvía con las piernas abiertas de par en par, ése no vuelve a hacer manspreading en su vida) la rutina de expropiar botellas de aceite cada vez que tiene ocasión. Le ha explicado a Mari cómo hacerlo. La cosa es bastante ingeniosa y es realmente complicado que te pillen. La clave está en entender que no todo el aceite que se vende viene en botellas. Lo que pasa es que Mari no tiene valor para ese tipo de cosas. Lo intentó una vez pero, mientras giraba la cabeza sospechosamente a un lado y a otro, se encontró con la mirada del dinosaurio y vio que el lagarto no estaba nada convencido de aquello. A veces, los ojos del dinosaurio tienen el mismo color que los ojos de su madre. Así que, desistió. Tamara, que a generosa no le gana nadie, le regala alguna de las botellas que expropia y Mari entonces le hace a sus hijos una ensalada bien aliñada con sororidad y cien años de perdón.
No le gusta preocupar a sus hijos. Todavía vive en la fantasía de que los podrá proteger siempre, contra todo. Sabe que es una fantasía pero no por ello quiere que desaparezca. También en lo irreal se puede encontrar cierto abrigo y refugio. Procura no hablar del trabajo, de lo minúsculo de su sueldo o del precio de las cosas cuando ellos están delante. Aunque, a veces, parece que ellos siempre estuvieran delante. Es complicado hablar de algo sin que alguno de los dos no esté escuchando.
Ya no les pide que le acompañen a la compra. Jaime hace algún tiempo que no quiere ir con ella a ningún sitio. A Jorge todavía le gusta acompañarla. Pero Mari se pasa todo el rato renegando por el precio desorbitado de esto o por la subida desvergonzada de aquello. A veces, reniega con amargura de más y no le gusta que sus hijos la vean así. El dinosaurio, por su parte, la mira con cierta expectación cuando se enfada, como si esperara que, en cualquier momento, Mari empezara a escupir fuego por la boca tal cual una dragona de cuento.
Por otro lado, es imposible protegerlos de una realidad que está por todas partes. Tienen lo que tienen y lo que tienen da para lo que da. Jaime ha entrado en ese momento en que necesita distanciarse de ella. En casa habla poco y tiene ese humor de montaña rusa tan propio de la adolescencia. Le recuerda a ella en algunos trimestres de sus embarazos y a Juana, la cocinera del bar que ya va a todas partes con su abanico por si los sofocos. Le toca descifrar señales y estar atenta a cuando su hijo mayor habla con otras personas para saber realmente cómo está y qué le preocupa.
Jaime tiene muy clara la situación en casa. El otro día, le explicó que su profesora de Historia les había contado que en el siglo XIV los precios de los alimentos subieron como no habían subido nunca y que desde entonces el hambre empezó a ser algo habitual en Europa.
-¿Y si nos hacemos veganos? -preguntó Jaime de repente.
Mari se mostró sorprendida y le preguntó a su hijo a qué se debía esa propuesta. Jaime continuó con la clase de Historia.
-No sé -respondió el chico-, mi profesora dice que desde el siglo XIV el elemento principal de la dieta de los pobres era el pan y que casi nunca se podían permitir comer carne.
Mari entiende que Jaime se identifica como pobre. No tiene sentido quitarle la razón porque, entre otras cosas, la tiene. Está bien que el chico sepa dónde están, ése es el mejor principio para echar a andar. Mari tampoco le habla a su hijo del precio de las alcachofas o de los ajos tiernos. En Murcia, cocinar un buen arroz y habichuelas se ha convertido en un lujo para clases altas. Tampoco le dice que el pollo vale ya como el cerdo y el cerdo como la ternera. El aceite de oliva, ni nombrarlo.
-Veganos del todo me parece demasiado para hacerlo de golpe -le responde-, además, a tu hermano le gusta demasiado la carne para que nos hagamos veganos. Los muslos de pollo congelados no están tan mal de precio.
-Y las salchichas tampoco -sigue Jaime demostrando que está más pendiente de las cosas de lo que da a entender con su actitud ausente y malhumorada de adolescente.
-Podemos probar a hacer algo con la soja texturizada. El otro día, tu abuela me estuvo contando una receta que vio en uno de esos vídeos que le salen siempre en Facebook.
-La abuela está súper enganchada a esos vídeos. Voy a ver si encuentro yo más recetas en Tiktok -y según giró la cabeza para ver el móvil, Jaime se salió de la conversación.
Mari, desde que empezó a trabajar en el bar, ya no puede llevar a Jorge al cole. Pero se acuerda muy bien de que una de las conversaciones habituales entre las madres mientras esperaban a que sonara la sirena y a que entrara la chiquillada a clase era qué iban a hacer de comer ese día. Antes o después, alguna de ellas decía eso de que lo más complicado no era hacer de comer sino decidir qué hacer de comer. Y no solo por lo aburridísimo que se hace cocinar todos los días sino por lo complicado que es llenar la cesta de la compra. En ese ratico de conversación, se intercambiaban recetas y sugerencias. También se decían las ofertas que había en este supermercado o en aquella tienda porque rara era la que conseguía llegar a fin de mes sin apuros.
Cuando era pequeña, esas ofertas determinaban lo que se comía en casa. Si en tal sitio el atún estaba de oferta, esa semana se comía arroz con atún, pasta con atún, tortilla de atún, ensalada de atún… En cierta ocasión, por caprichos del mercado, las gambas estuvieron muy baratas durante una temporada y Mari acabó aborreciéndolas porque su madre no cocinó otra cosa durante días. Hay quien come lo que puede, no lo que quiere.
Ella no es su madre. Su madre no es las mujeres de las que habló la profesora de Historia de Jaime. Y sin embargo, parece que, por la lucha compartida, por las injusticias y los robos soportados, por el empeño puesto en el futuro, por el dinosaurio invencible que las sigue allá donde vayan, todas ellas son la misma mujer.
En enero de 2024, el Índice de Precios de Consumo (IPC) subió al 3,6% en la Región de Murcia. El sector en el que más subieron los precios fue el de “Alimentos y bebidas no alcohólicas”, con el 7,4% de subida debida, principalmente, al aumento de los precios del pescado, legumbres, hortalizas y aceites. En concreto, según un estudio de FACUA, el precio del aceite de oliva subió un 69,3% a lo largo del año 2023.
Según otro estudio de FACUA, 3 de cada 4 familias han reducido su gasto en productos y servicios para hacer frente a la subida de precios de los alimentos. En los últimos 2 años, ha aumentado notablemente el porcentaje de familias que no consumen productos como la ternera, el pescado o la fruta fresca. El 62,7% de las familias ha tenido que sustituir alimentos por otros de inferior calidad para abaratar el precio de la cesta de la compra. De ellos, el aceite de oliva, con un 42,5%, es el producto que más ha sido intercambiado por otro de inferior calidad.
Según los últimos datos publicados por el INE, un 5,9% de la población murciana no puede permitirse una comida de carne o pescado cada dos días.
Según el último informe Foessa sobre pobreza y exclusión social en la Región de Murcia, en nuestra región hay un 4,4% de hogares en los que alguien ha pasado hambre en los últimos 10 años.